Atrás del invernáculo
- Carrizo, al invernáculo- Exclamó el
profesor, mientras sostenía tres rabanitos y una lechuga que estaba entregando
al director- acordate de ir a buscar la azada, y blablablablabla
Dejé de escucharlo
en azada, definitivamente estaba re dormida!, y así, en ese estado de zombie
dormido me fui para el invernáculo. Ese lugar lleno de plantines, tierra y
pequeños tubos para regar las delicadas plantitas, que por karma tenía que
desmalezar, odio desmalezar! Y justo ese día que estaba tan dormida!
Me senté en
el piso y empecé a trabajar con el escardillo, porque azadas no quedaban más.
Como siempre, empecé a pensar en la vida, en mis problemas, en porqué estaba
sentada pensando justo yo en el invernáculo! Aproveché el momento, lo tome con
calma y escuché pasos atrás del invernáculo. Los pasos se empezaron a acompañar
por susurros, de los que podía distinguir algunas palabras sueltas. Nada
entretenido, no estaba pudiendo seguir el hilo de la conversación para pasar el
rato. Pero cuando entraron en confianza, y estuvieron seguros, pero
equivocados, de que nadie los estaba escuchando los susurros se convirtieron en
voces y pude escuchar algo.-Mateo vení para acá!! Vos me contás ahora porque no salís vivo nene jajaja
-Boluda dejate de joder, no te voy a responder eso…
-Ay, porque
es verdad matu! Te gusta Carrizo! Te gusta Carrizo! Te gusta Carrizo!
-No me gusta
Carrizo! ¿Te lo explico en chino también?-¿Entonces quién te gusta?
Se hizo un
silencio, nunca entendí porqué me llaman por mi apellido, y tampoco distinguí
con quien estaba hablando Mateo. Solo que algo pasaba y eso era evidente.
Millones de cosas pasaron por mi cabeza en esos minutos de silencio. Me animé a mirar para la pared del invernáculo
y pude distinguir dos sombras, calladas, sin mirarse, y aparentemente
trabajando.
-Dale Mateo!
Respondé…-Mmm…
-¿Qué?
-Si yo te
digo, vos me decís?
-¿Qué te
digo?
-Quién te
gusta boluda!
-Mmm…. No
sé…. Bueno, está bien, pero decime
-Ehm
-¿Quién te
gusta?
-Vos…- dijo
casi en un susurro que no se cómo llegue a escuchar, pude sentir sus nervios,
su miedo a ser rechazado y las dos figuras se quedaron paralizadas.
-Ah… yo? Me
lo estás diciendo enserio o es una joda Mateo? Porque no me parece gracioso…
-No es una
joda boluda, me gustás… a vos quién te gusta?
-A….a…. a
mí? Quién me gusta?
-Sí, a vos
-Ehm,
también, ehm me gustás vos Matu…
Volvió el
silencio.
Me di cuenta
que me estaba muriendo de hambre, no había almorzado, y también de sueño,
tampoco había podido dormir mucho. El pasto húmedo estaba bastante cómodo y ni
yo sé como aparecí en la huerta, cultivando zanahorias.
Carrizo,
¿terminó de desmalezar el invernáculo?- fue lo único que escuché.
Cuando pude
reaccionar estaba en el pasto, acostada, y media dormida, media porque me
acababa de levantar. Cuando quise terminar, después de una larga siesta en el
invernáculo el timbre sonó y pude escuchar las voces de mis compañeros
saliendo. Una voz sí pude diferenciarla de ese murmullo.
-Carrizo,
¿terminó de desmalezar el invernáculo?
El rosal
En un
planeta, había continentes, en esos continentes había muchísimos países y en
esos países había aún más ciudades. En la ciudad de Rosario vivía mi tía. Ella
tenía un patio enorme, lleno de plantas, árboles, y naturaleza que cubría hasta
el más mínimo rincón. Pero había uno que me siempre me llamó mucho la atención.
Era un rosal, era EL rosal, no era uno cualquiera, al menos para mí. Estaba en
el rincón más escondido, pero este lugar, como todo, estaba bien decorado. Lleno
de firuletes y líneas de colores que cubrían toda la pared. El rosal era
bastante grande y estaba llenísimo de flores rojas que cuando llovía se
llenaban de gotitas de agua que parecían pequeños cristales. Las ramas, verdes
y pinchudas casi no se diferenciaban entre las flores, pero, sin embargo,
seguían llamando la atención por sus perfectos firuletes que formaban al
entrelazarse para acomodarse en el palo que mi tía las hacia recorrer. Las
hojas terminaban de cubrir los rincones vacíos y con el viento se movían,
realizando unas danzas que acompañaban a la aparente alegría de la planta.
Nunca olvidé, ni voy a olvidar, cuando ella saco una flor, la que más me
gustaba, y me la dio. Era mi preferida porque, a pesar de ser chiquita, estaba
tan decorada como las otras, podía ver los pétalos dentro de otros pétalos, que
se penetraban en otros, mientras así todas sus capas eran recubiertas por otro
elegante y suave pétalo.
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