sábado, 25 de octubre de 2014

Cuentos escritos por nosotras

A continuación les compartiremos cuentos que escribimos nosotras, ¡Esperamos que los disfruten!

Atrás del invernáculo

 ¡Un cuento inspirado en nuestra escuela!

- Carrizo, al invernáculo- Exclamó el profesor, mientras sostenía tres rabanitos y una lechuga que estaba entregando al director- acordate de ir a buscar la azada, y blablablablabla


Dejé de escucharlo en azada, definitivamente estaba re dormida!, y así, en ese estado de zombie dormido me fui para el invernáculo. Ese lugar lleno de plantines, tierra y pequeños tubos para regar las delicadas plantitas, que por karma tenía que desmalezar, odio desmalezar! Y justo ese día que estaba tan dormida!
Me senté en el piso y empecé a trabajar con el escardillo, porque azadas no quedaban más. Como siempre, empecé a pensar en la vida, en mis problemas, en porqué estaba sentada pensando justo yo en el invernáculo! Aproveché el momento, lo tome con calma y escuché pasos atrás del invernáculo. Los pasos se empezaron a acompañar por susurros, de los que podía distinguir algunas palabras sueltas. Nada entretenido, no estaba pudiendo seguir el hilo de la conversación para pasar el rato. Pero cuando entraron en confianza, y estuvieron seguros, pero equivocados, de que nadie los estaba escuchando los susurros se convirtieron en voces y pude escuchar algo.
-Mateo vení para acá!! Vos me contás ahora porque no salís vivo nene jajaja

-Boluda dejate de joder, no te voy a responder eso…

-Ay, porque es verdad matu! Te gusta Carrizo! Te gusta Carrizo! Te gusta Carrizo!
-No me gusta Carrizo! ¿Te lo explico en chino también?

-¿Entonces quién te gusta?

Se hizo un silencio, nunca entendí porqué me llaman por mi apellido, y tampoco distinguí con quien estaba hablando Mateo. Solo que algo pasaba y eso era evidente. Millones de cosas pasaron por mi cabeza en esos minutos de silencio.  Me animé a mirar para la pared del invernáculo y pude distinguir dos sombras, calladas, sin mirarse, y aparentemente trabajando.
-Dale Mateo! Respondé…

-Mmm…

-¿Qué?

-Si yo te digo, vos me decís?

-¿Qué te digo?

-Quién te gusta boluda!

-Mmm…. No sé…. Bueno, está bien, pero decime

-Ehm

-¿Quién te gusta?

-Vos…- dijo casi en un susurro que no se cómo llegue a escuchar, pude sentir sus nervios, su miedo a ser rechazado y las dos figuras se quedaron paralizadas.

-Ah… yo? Me lo estás diciendo enserio o es una joda Mateo? Porque no me parece gracioso…

-No es una joda boluda, me gustás… a vos quién te gusta?

-A….a…. a mí? Quién me gusta?

-Sí, a vos

-Ehm, también, ehm me gustás vos Matu…

Volvió el silencio.
Me di cuenta que me estaba muriendo de hambre, no había almorzado, y también de sueño, tampoco había podido dormir mucho. El pasto húmedo estaba bastante cómodo y ni yo sé como aparecí en la huerta, cultivando zanahorias.

Carrizo, ¿terminó de desmalezar el invernáculo?- fue lo único que escuché.
Cuando pude reaccionar estaba en el pasto, acostada, y media dormida, media porque me acababa de levantar. Cuando quise terminar, después de una larga siesta en el invernáculo el timbre sonó y pude escuchar las voces de mis compañeros saliendo. Una voz sí pude diferenciarla de ese murmullo.

-Carrizo, ¿terminó de desmalezar el invernáculo?

 
El rosal
En un planeta, había continentes, en esos continentes había muchísimos países y en esos países había aún más ciudades. En la ciudad de Rosario vivía mi tía. Ella tenía un patio enorme, lleno de plantas, árboles, y naturaleza que cubría hasta el más mínimo rincón. Pero había uno que me siempre me llamó mucho la atención. Era un rosal, era EL rosal, no era uno cualquiera, al menos para mí. Estaba en el rincón más escondido, pero este lugar, como todo, estaba bien decorado. Lleno de firuletes y líneas de colores que cubrían toda la pared. El rosal era bastante grande y estaba llenísimo de flores rojas que cuando llovía se llenaban de gotitas de agua que parecían pequeños cristales. Las ramas, verdes y pinchudas casi no se diferenciaban entre las flores, pero, sin embargo, seguían llamando la atención por sus perfectos firuletes que formaban al entrelazarse para acomodarse en el palo que mi tía las hacia recorrer. Las hojas terminaban de cubrir los rincones vacíos y con el viento se movían, realizando unas danzas que acompañaban a la aparente alegría de la planta. Nunca olvidé, ni voy a olvidar, cuando ella saco una flor, la que más me gustaba, y me la dio. Era mi preferida porque, a pesar de ser chiquita, estaba tan decorada como las otras, podía ver los pétalos dentro de otros pétalos, que se penetraban en otros, mientras así todas sus capas eran recubiertas por otro elegante y suave pétalo.

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